Un peluquero, en mundos operísticos, remite al Fígaro de Rossini. Existe otro ca¬mino; uno oscuro y complejo: el del místico numérico Alban Berg, que comienza con Wozzeck (en cada mano una navaja) afeitando los carrillos de su Capitán, ese cretino asmático de voz chillona.

Guerra, religión y familia

Wozzeck miserable: les corta cabello y barba a los militares que lo humillan.
Wozzeck inmoral, que tiene un hijo nacido sin la bendición de la Iglesia.
Wozzeck desdichado, que ama a María, la madre (adúltera triste que lee la Bi¬blia), sin esperanza de que ella también lo ame.

Wozzeck: nombre que un error distorsionó

Johan Christian Woyzeck, barbero militar alemán, acuchilló a su infiel amante en una ciénaga a las afueras de Leipzig hasta matarla. Lo condenaron a muerte. El juicio duró tres años. Lo defendió un abogado que pidió clemencia bajo dos ar¬gumentos: legítimos celos y enfermedad mental. Nada pudo hacerse. A Woyzeck le cortaron la cabeza el 25 de agosto de 1824 en una plaza pública. Tenía 44 años.

El dramaturgo George Büchner (1813-1837), quien asistió a la ejecución, escribió un drama sobre la trágica historia de Woyzeck que no pudo terminar, pues una epidemia de tifus lo mató a los 23 años. El borrador de la obra in¬concluso contaba con 27 escenas breves sin orden establecido y un final con dos posibilidades: tras matar a María, ¿Woyzeck se suicida o es ejecutado?

El novelista austriaco Karl Emil Franzos (1848-1904) se decantó por el suicidio y publicó una ver¬sión (con una equivocación de imprenta en el nombre del protagonista: “zz” en vez de “yz”) que cautivó al compositor Alban Berg (1885-1935) por varios mo¬tivos: Porque coloca en el centro del escenario a un paria. Porque la narración fragmentada de palabras duras y ásperas provoca que la miseria del persona¬je nazca desde el lenguaje. Porque los diálogos son cortos y escasos, de tal manera que el silencio se con¬vierte en parte esencial del drama. Y porque cuestiona a la justicia con una pregunta, revolucionaria: ¿la locura —en el caso Wozzeck alucinaciones y obsesión paranoide relacionada con la masonería— es una atenuante en casos de asesinato?

Desesperación, anorexia y sadismo
Wozzeck cobaya, que acepta (por dinero) ser una rata de laboratorio al servicio del pedante médico nazi.
Wozzeck tan flaco: la cruel dieta que le impone el nazi (comer únicamente ju¬días) le provoca alucinar con destrucciones y fantasmas.
Wozzeck siniestro, que cuando, durante la fiesta del pueblo, un mendigo predice tragedias, él grita: “¡sangre, sangre!”

El Wozzeck de Berg

Basado en la edición de Franzos, Alban Berg es¬cribió un libreto —que condensa el drama en 15 escenas repartidas en tres actos— y compuso Woz¬zeck, ópera para gran orquesta cuya partitura está atravesada por la cabalística presencia del número 21: 1921 compases (sin contar las seis pausas), 21 variaciones en la escena del Doctor, 21 compases componen el cuadro final y el primer borrador tiene fecha de 1921.
La música nace de una característica que compar¬ten los cuatro personajes principales (Wozzeck-barítono, Marie-soprano, Capitán-tenor, Médico-bajo): su incapacidad de comunicar lo que sienten, y centra sus búsquedas en el hambre, las aterradoras visiones y el complejo de inferioridad que atormentan la intimidad de Wozzeck.

Así, de manera errática, cruenta y fragmentaria, entre los deseos privados, las oscuras fantasías e intensas insatisfacciones de un marginado, se van articulando los sonidos, que tienden hacia el dodecafonismo, pero de esa insólita (por pasional, intensa y dramática) manera romántica bergiana donde sólo hay lugar para series que utilicen combinaciones cuya expresión tenga ecos tonales, y por lo tanto sen¬sación de melodía.

Locura, lirismo y orfandad
Wozzeck demente, que mata a María con las mismas cuchillas que utiliza en el trabajo para mondar coronillas y carrillos.
Wozzeck romántico, que sigue al espíritu de Schumann hasta encontrar la libe ración del agua.
Wozzeck está muerto, y a su hijo los otros niños le gritan “¡eres huérfano!”, pero el pequeño bastardo no hace caso y ríe, ajeno a los acontecimientos, mientras cabalga frenéticamente su pequeño caballito de resortes y madera.

Hugo Roca Joglar

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